miércoles, 5 de noviembre de 2008

Vuelta al principio

La música estaba demasiado alta. Acodado en la barra, alguien bebía lenta y metódicamente. Alguna clase de licor fuerte, según se podía adivinar por sus gestos al tragar, cuando apretaba las mandíbulas, perfilando los músculos bajo la piel. Joven, bien parecido. La chaqueta de cuero negra, las gafas oscuras que pendían de su camiseta y el rostro anguloso y duro, con barba de unos pocos días, le daban un aspecto descuidado, peligroso, interesante. Tan sólo levantaba la vista de su vaso cuando pasaba alguna chica joven y hermosa. Pero ninguna parecía interesarle realmente. Entonces sus ojos se detuvieron en la pista cuando se cruzaron con una mirada marrón, brillante, sugerente. Aquellos iris clavados en él se le antojaban una invitación. Pero permaneció quieto aún. Esperando. Ella le mantuvo la mirada largo rato, hasta que, de repente, se volvió. Fue entonces cuando comenzó a bailar.

Los ojos del joven recorrieron cada curva de la desconocida, libertinos y descarados, mientras ella se movía al son de la música, exagerando deliciosamente el contoneo de sus caderas. Él sonreía, mientras observaba la anatomía de aquella mujer, delicada y poderosa a un tiempo. Aquel vestido, con aquella falda sólo algo más corta de lo que se considera correcto, resaltaba la perfecta figura de aquella joven.

Aquel tipo ya comenzaba a notar una presión bajo los vaqueros ajustados. Bebió de un trago lo que quedaba en el vaso y, sin volverse, dejó un billete sobre la barra y se dirigió a la pista. Cuando llegó junto a ella, se mantuvo alejado unos instantes, a la expectativa, decidido a que fuera ella quien llevase la iniciativa. Eso le excitaba. Y por lo que pudo comprobar, a ella también. Con un giro, aquella mujer se plantó ante él, los rostros enfrentados, separados por unos pocos centímetros. Entonces, al son de la música, ella comenzó a bajar, meneando sus caderas lenta y deliberadamente. Su rostro fue descendiendo hasta llegar a la altura de su cintura y, con un breve impulso hacia delante, subió mientras lo hacía la música. Ahora ella estaba tan cerca que podía aspirar el suave aroma a vainilla que emanaba de su pelo, de su cuello, de su piel. Su entrepierna palpitaba anhelante y un deseo salvaje comenzaba a arder en su interior. La joven se giró y volvió a bailar, subiendo y bajando, mientras sus nalgas rozaban el visible bulto que se dibujaba bajo los pantalones del desconocido, que aún así parecía impertérrito. Se adelantó apenas unos centímetros, para intensificar aquel delicioso contacto. Sus manos, que hasta entonces colgaban inermes en los costados, se acercaron a su cintura, y fueron acariciando, muy poco a poco, aquella carne llena de lujuria y deseo. Entonces la muchacha se giró, apartando las manos del hombre con un golpe, y se quedó mirándole directamente a los ojos, la boca húmeda, entreabierta, y unos oscuros rizos enmarcando un rostro diabólicamente angelical. Entonces se mordió suavemente el labio inferior, esbozó una sonrisa y, sin decir palabra, se dirigió hacia los servicios, como si nada de lo que había ocurrido fuese con ella. Aquel hombre, por supuesto, la siguió.

El baño estaba vacío y, a pesar de las horas y la gente que llenaba el local, razonablemente limpio. El joven echó el pestillo y se acercó a la pared de enfrente, donde la muchacha, con aire inocente, se encontraba recostada. Ella le observó, recorriendo su cuerpo con la mirada, y deteniéndose, encantada, en la abultada entrepierna del desconocido. Entonces avanzó hacia él. Le agarró del cuello y comenzó a besarle con fuerza, casi mordiéndole, mientras él la apretaba contra su cintura, sintiendo cada curva de la mujer. Él deslizó sus manos bajo la falda de ella mientras avanzaba hacia la pared, hasta quedar apoyados contra ella. La mujer subió la pierna hasta la cintura de él, que a su vez comenzó a hacer resbalar el pequeño tanga negro que llevaba. Su otra mano ya bajaba el tirante de su vestido, dejando al descubierto un pecho desnudo. Adelantó la cabeza hasta que sus labios se cerraron sobre aquel pezón sonrosado, que enseguida respondió a aquella caricia. Sus dedos se deslizaban, húmedos y exploratorios, entre el rizado vello de su entrepierna, La joven gimió de placer cuando uno de ellos comenzó a deslizarse lentamente en su interior. Ella bajó las manos y, excitada, comenzó a desabrochar torpemente el cinturón, mientras buscaba ansiosa su miembro. Cuando lo hubo desnudado, se aferró al cuello de aquel hombre e izó su cuerpo, para deslizarse sobre el palpitante falo. El hombre lo guió con su propia mano y la penetración fue rápida y profunda. Ella estaba completamente empapada y pudo sentir como aquella carne dura y palpitante la llenaba por dentro. Ella movía sus caderas salvajemente, con la falda del vestido sobre la cintura, mientras él la embestía una y otra vez contra la pared.

El orgasmo la acometió de improviso, de tan excitada que se encontraba, sin que tuviese tiempo de evitar un largo grito de placer. Deslizó sus piernas hacia abajo, antes de que el hombre pudiese correrse también. Sin darle tiempo a replicar, posó uno de sus gráciles dedos sobre los labios de él para después, lentamente, arrodillarse. Tomó su pene y se lo introdujo lentamente en la boca. Lamió desde los testículos llenos hasta la punta del glande, y cerró sus labios sobre él. Pronto, fue desapareciendo en su boca, en una felación profunda e intensa. Ella podía sentir como el clímax se aproximaba, dibujándose en aquella cara desconocida pero excitante, y cuando el hombre comenzó a gemir, sintió una cálida explosión en su boca. Lentamente se levantó, limpiándose el semen de los labios que en esos instantes dibujaban una sonrisa lasciva.

Ambos se contemplaron durante unos instantes, la respiración irregular aún, hasta que el joven rompió el silencio.

-¿Cómo te llamas? -dijo con voz enronquecida aún por el deseo y la excitación.

-Giselle -respondió ella al instante.

-Tristán.

Y sin cruzar otra palabra se despidieron con una mirada silenciosa. Y por un tiempo, aquellos desconocidos no volvieron a verse...

lunes, 27 de octubre de 2008

Ahora mando yo (II)

Me senté a horcajadas sobre aquel hermoso trasero. Mis manos se deslizaron por su espalda, masajeándola suavemente. Podía sentir el intenso calor de su piel desnuda manando en oleadas, mientras su respiración se iba normalizando. Apreté sus hombros para relajarlos, al tiempo que ella suspiraba satisfecha. Acaricié suavemente sus brazos, hasta llegar sus muñecas, y las guié suavemente por encima de su cabeza. Entonces las sujeté firmemente con una mano, mientras la otra se desplazaba veloz hacia mi cintura, para tomar las esposas que habían permanecido olvidadas hasta entonces.
Con un sonido metálico, las esposas se cerraron sobre sus muñecas y Giselle quedó maniatada al cabecero de la cama. Se retorció un poco debajo mía. Le excitaba saberse a mi merced. Y a mi él someterla.

-Ahora eres mía. Completamente mía.

-Hmmm, sí... -su voz era apenas un suspiro-. Soy tu juguete, Tristán. Tómame.

Notaba mi cuerpo febril, caliente. El deseo desbocaba mi corazón y mi respiración se había acelerado. Entonces me incliné y mordí suavemente su cuello, mientras movía mis caderas adelante y atrás sobre sus nalgas.

-Está muy dura. ¿No me vas a dar aún lo que tanto deseo, mi amor?

Y era cierto que su voz destilaba deseo. Así que coloqué mi falo justo en la entrada de su vagina, rozándola apenas. Giselle respondió con un gemido ahogado tan excitante que apunto estuve de perder el control y penetrarla sin miramientos. Pero era yo el que mandaba, y por tanto, quien decidía cuando lo haría. Así que mantuve unos segundo más ese contacto, para luego incrementar poco a poco la presión. Muy despacio mi glande fue abriéndose camino a través de sus labios mientras una cálida humedad lo envolvía. Apenas pude reprimir un jadeo de placer. Entonces me detuve y, tan lentamente como había entrado, lo hice salir.


-Eres malo, Tristán -Giselle sonreía-.

Respiré hondo y volví a penetrarla suavemente. Esta vez fue más profunda y rápida, pero sin llegar hasta el fondo. Giselle elevó su cadera para hacer la penetración más profunda, pero yo me retiré a tiempo y ella soltó un bufido de frustración.

-No, no, no. Recuerda que yo soy el que manda.

Le di un cachete en la nalga a modo de reprimenda y ella rió divertida. Entonces volví a penetrarla de nuevo. Esta vez empujé hasta el fondo y las manos de Giselle se cerraron sobre las sábanas.

-Oh, sí -gimiò-. Sigue, por favor.

Volví a retirarme de nuevo, pero tan sólo un instante. Giselle fue a decir algo, pero entonces deslicé toda mi miembro en su interior y un gritito de placer ahogó cualquier otra palabra que fuese a salir de su garganta. Entonces la agarré de la cintura y comencé a penetrarla con fuerza.

-Hmm, sí... Cómo lo noto, Tristán. No pares
Aguijoneado por sus palabras y por mi propio deseo la seguí penetrando, impulsando mis caderas tanto como podía. Ella gemía de placer y retorcía las sábanas con furia entre sus dedos. Elevó su cadera, para acoplarse mejor a mis movimientos y poder sentir más si cabe la fuerza de mis embestidas. Sus jadeos entrecortados pronto se convirtieron en fieros gritos de placer. Entonces levantó su cabeza, haciendo que su melena marrón se deslizase sobre su espalda desnuda. Y entonces pude notar como los músculos de su vagina se contraían, como los tendones se dibujaban blancos bajo la tersa piel de sus manos, cómo su respiración se detenía un momento, para después exhalar todo el aire en un largo y sostenido gemido de placer. 

Yo había estado tratando de contenerme y de variar el ritmo para incrementar aquel tremendo polvo, pero el notar como Giselle se corría me excitó de tal manera que perdí todo el control. Empujé un par de veces más, mientras notaba como el orgasmo se acercaba sin que ya nada pudiese hacer por evitarlo.

-Córrete, Tristán, córrete -susurraba con la voz ahogada por las sábanas.

Y con un gruñido de placer, me derramé en su interior y me dejé caer suavemente sobre su espalda, sin sacar mi falo de su interior, una vez que todas mis fuerzas me hubieron abandonado. Mi miembro aún palpitaba convulso tras el orgasmo, y con cada movimiento involuntario Giselle se sacudía divertida de placer. 

-Me encanta ser toda tuya -me susurró Giselle mientras la liberaba de las esposas, tras haberle quitado el antifaz. Entonces se dio la vuelta debajo de mi, me miró a los ojos y, jugetona, me agarró las nalgas y me atrajo hacia ella-. Pero mañana me toca a mi...

lunes, 5 de febrero de 2007

Ahora mando yo (I)


Giselle tenía ganas de jugar. Y yo también. Apenas abrí la puerta lo descubrí. La casa estaba a oscuras, iluminada a medias por la vacilante luz de unas velas, que dispuestas en hilera, me guiaban hasta el objeto de mi creciente deseo. Caminé en medio de la penumbra, la sonrisa en mi rostro cansado y esa comezón en el vientre, fruto del placer de la anticipación, de saber y a la vez ignorar que es lo que va a ocurrir. Porque Giselle es una caja de sorpresas. Una excitante caja de sorpresas.


Me adentré en las sombras trémulas que las velas arrojaban al largo pasillo que va a morir a nuestra habitación. La puerta se encontraba entornada y un leve aroma a incienso flotaba en el ambiente. Aspiré profundamente y sentí como la excitación iba en aumento y un escalofrío de placer recorrió mi columna. Alargué una mano hasta el pomo de la puerta y empujé levemente. En silencio, la puerta se abrió. Giselle estaba de pie, cubierta tan solo con una bata de gasa transparente. Bajo la vaporosa tela se entreveía el sugerente tatuaje que adornaba su espalda justo encima del nacimiento de sus nalgas prietas y redondeadas. Tenía el rostro levemente vuelto hacia mí, sabedora de mi presencia, anhelante de mi contacto. Una silenciosa invitación a su cuerpo. Caminé unos pasos. Entonces mis ojos, aunque presos por aquella embrujadora imagen, se desviaron un instante hasta la mesilla cuidadosamente iluminada. A la luz de una decena de velas que brillaban bajo el enorme espejo colgado en la pared, reposaban un antifaz negro y unas esposas. No pude reprimir una sonrisa, que Giselle captó en mi reflejo en el espejo. En él pude ver como se mordía suavemente el labio inferior y como sus pezones comenzaban a erguirse, firmes y enhiestos. Tomé el antifaz y me acerqué a Giselle, que hizo ademán de volverse.

-No te muevas –le ordené suavemente-. Ahora mando yo.

Giselle se detuvo y permaneció de pie, obediente, de espaldas a mí. Cuando estaba llegando a su altura, ella dejó su bata deslizarse lentamente por su cuerpo desnudo, hasta que, entre crujidos de tela, terminó arrugada en el suelo. Lentamente, coloqué el antifaz sobre su rostro y me alejé en silencio. La contemplé unos instantes, desnuda, hermosa, arrebatadora, mientras movía la cabeza a un lado y a otro, tratando de captar mi presencia. Muy lentamente, me descalcé, para no hacer ruido y, mientras me acerqué a por las esposas, me deshice de mi camisa. Colgué las esposas del cinturón que, delatoras, tintinearon. Giselle sonrió, al tenerme de nuevo localizado. Me moví en silencio, en círculos, alrededor de ella. De vez en cuando inspiraba profundamente, para que supiese donde estaba, para que supiese que me movía. Para que se preguntase qué es lo que hacía.

Entonces me situé tras ella y besé su cuello. Al notar mi torso desnudo, cálido, contra su espalda, y el húmedo roce de mis labios en su cuello, se estremeció. Volví a separarme y a dar un par de vueltas a su alrededor. Entonces me arrodillé delante de ella y muy lentamente, fui lamiendo su vientre, desde el ombligo hasta el pezón derecho, donde me detuve para lamerlo un par de veces. Giselle gimió. Me levanté y volví a separarme una vez más, aunque sería la última. Pero ella no lo sabía y giraba la cabeza a uno y otro lado,y su respiración se agitaba a causa del deseo y la impaciencia por satisfacerlo. Así que me situé de nuevo a su espalda y susurré:

-¿Acaso no querías jugar?

Mis manos abarcaron sus pechos, apretándolos con fuerza. Podía sentir aquellos pezones duros al contacto con mis dedos. Me acerqué más aún a ella, para que pudiese notar entre sus nalgas, aún a través de mis pantalones, la erección que me estaba provocando. Giselle dejó escapar el aire con fuerza y levantó sus manos hasta mi cabeza, acariciándome, mientras yo jugaba con aquellos pechos firmes y generosos. Mordí su cuello mientras dejaba escapar un suave gruñido animal. Giselle rió al tiempo que gemía quedamente.

Una de mis manos exploraba ya la suave piel de su vientre, acariciando con la punta de los dedos aquel vello rizado que era la exquisita promesa de una noche de placer. La respiración de Giselle era entrecortada y cuando mis dedos se decidieron al fin a bajar más aún, la encontraron no húmeda, sino completamente mojada. Ella se estremeció al sentir como mi dedo la penetraba e intentó morder mi cuello, pero a ciegas como estaba, erró. Durante un par de minutos la masturbé. Sus manos bajaron a tientas por mi torso desnudo buscando desnudar el resto de mi cuerpo. Desabrocharon el cierre de mis vaqueros y tanteaban ansiosos, en busca de mi pene. Cuando casi habían alcanzado su objetivo me separé un poco y retuve sus manos con las mías.

-Aún no es el momento, mi amor –Giselle dejó escapar un suspiro a medio camino entre la frustración y el deseo.

Entonces, con cuidado, la hice subirse a la cama, de rodillas, las manos apoyadas sobre la colcha. Entonces me aparté. Me encanta ver a Giselle desnuda, mojada, febril de deseo. Terminé de quitarme la ropa en silencio, mientras recorría su sinuoso cuerpo. Me coloqué detrás de ella, deleitándome en la deliciosa visión de sus nalgas, de la entrada de su vagina, de aquellos labios que me llamaban, que me atraían irremisiblemente. Mi lengua pasó rauda, tan sólo un leve contacto, pero lo suficientemente electrizante como para que Giselle dejase escapar un gemido de placer ante tan inesperado roce. Aguanté unos segundos y volví a lamerla, esta vez más pausadamente. Esta vez el gemido fue también más prolongado. Mis manos aferraron su trasero, separando sus nalgas para favorecer el acceso, y mi lengua se deslizó una y otra vez, de arriba abajo, y de abajo a arriba, muy lentamente, aumentado la presión. Introduje mi lengua en su vagina, dentro, cada vez más dentro. Las manos de Giselle estaban engarfiadas sobre la colcha arrugada y sus gemidos se habían tornado en gritos de placer que acompañaban cada movimiento de mi traviesa y ávida lengua. Su cuerpo se estremecía, casi convulsionaba, mientras se acercaba más y más al orgasmo. Pronto empezó a pedirme que la penetrase. Quería más, y mi lengua no le era suficiente. Empezó a moverse a atrás y adelante, al compás que marcaba mi lengua. Sus jugos se derramaban por sus piernas, que ya comenzaban a temblarle mientras el placer la acometía oleada tras oleada. Hasta que al fin, con un prolongado gemido y deshaciendo totalmente la cama, llegó al clímax y se dejó caer, exhausta, sobre las sábanas. La miré sonriendo, complacido.

-Pero aún no hemos acabado –dije haciendo resonar las esposas en mis manos-. Todavía nos quedan cosas por hacer.



CONTINUARÁ…

sábado, 20 de enero de 2007

Un día agotador

Todo estaba cubierto de vapor. Yo era apenas una sombra velada por las cortinas y el vaho. El agua caía caliente sobre mi cabeza, derramándose por mi espalda, relajando mis agarrotados músculos. Había sido un día agotador. Sólo quería descansar. Necesitaba descansar.

El suave roce de unas manos en mi espalda me arrancó de mis pensamientos. Me volví sobresaltado. El sinuoso contorno de una mujer se adivinaba tras las cortinas apenas descorridas. Sonreí complacido. Aunque estaba cansado, siempre disfruto de tales recibimientos. Tomé esas manos y las atraje hacia mí. Giselle atravesó las cortinas casi como un fantasma apenas visible entre la calima. Su pelo rizado enseguida se apelmazó, lacio, sobre su frente y sus hombros desnudos. Yo la contemplé unos instantes, absorto en el delicado mapa de su cuerpo, explorando cada rincón con unos ojos ávidos, encendidos por el deseo. Las gotas de aguas resbalaban como pequeños ríos entre los valles y llanuras de su seductora orografía. La deseaba. Y cuando mis ojos se encontraron con los de ella, pude comprobar que ella también me deseaba a mí. A pesar del tiempo que llevamos juntos, aún me hiela la ardiente frialdad de esos ojos glaucos, inflamados de pasión, cuando permanecen fijos en mí.


Me acerqué lentamente hacia ella, inclinando mi cabeza, para detener el avance de una gota con la lengua, justo por encima de uno de los pezones de Giselle. Ella me miró, sonriendo, y empujó suavemente mi cabeza, hasta que mis labios se cerraron sobre su areola. Pasaba mi lengua una y otra vez sobre el extremo del pezón, que no tardó en reaccionar. Cuando estuvo erecto, lo mordí suavemente, mientras mi otra mano ya se deslizaba hacia el otro pecho de mi chica. Pero no fueron los pezones de ella lo único que respondió, pues, olvidado ya el cansancio, entre mis piernas se apreciaba una incipiente erección. Giselle apretó mi cabeza contra su pecho. Le gustaba mi contacto. Lo ansiaba. Una humedad que nada tenía que ver con el agua de la ducha se extendía entre sus piernas. Cerró los ojos y saboreó cada una de las sensaciones que mi experta lengua le proporcionaba. 

Entonces me liberé de su abrazo y, mientras besaba su cuello desde el nacimiento de los hombros hasta debajo de la oreja izquierda, la hice girarse hasta quedar de espaldas a mí. Mientras ella se inclinaba hacia delante, apoyando su peso sobre los grifos, me agaché, saboreando de antemano aquel delicioso manjar. Muy despacio, mis manos separaron las nalgas para facilitar el acceso a su cálido centro. Podía escuchar como su respiración se agitaba, anhelante. El chorro de la ducha golpeaba sobre su delicada espalda, salpicando mi rostro de cálidas gotas. Acerqué mi boca hasta casi rozarla. Quería que sintiese el calor de mi respiración. Ella se agitó nerviosa. Con un movimiento rápido de la lengua acaricié los labios mayores de Giselle. Fue un contacto fugaz, apenas un breve instante, pero sirvió para robarle un gemido y conseguir que un escalofrío recorriese su cuerpo. Entonces volví a pasar mi lengua. Esta vez el contacto fue más largo, si bien igual de tenue. Ella suspiró hondo. Moví de nuevo la lengua, de abajo a arriba, más lentamente, y esta vez aumentando la presión y por ende, el roce. Ella dejó escapar el aire con fuerza, en un gemido seco y cargado de placer. Murmuraba mi nombre… “Tristán”. Sonaba tan delicioso arrastrado entre sus gemidos…

Seguí lamiendo con más fuerza, manteniendo un ritmo lento y constante que, muy poco a poco, fui acelerando al son de los gemidos de ella. Entonces, con el anular de mi mano izquierda, comencé a masturbarla, mientras mi lengua seguía su recorrido vertical, de arriba abajo, ahora sensiblemente más rápido. Ella ya no gemía. Gritaba.

Con una última y larga pasada de mi lengua me levanté. Giselle trataba de recuperar el aliento. Pero ella no me había dejado descansar. ¿Por qué iba a hacerlo yo? Sonriendo, acaricié tiernamente su espalda, empapada por el agua de la ducha, y fui dejando resbalar mis manos hasta la cadera de ella. Entonces, lenta y cuidadosamente, la fui penetrando. Lo hice despacio. A ambos nos encanta sentir como va desapareciendo esa breve presión inicial, y como va entrando hondo. Cada vez más hondo. Ella gimió, al sentir como la iba llenando. Entonces me retiré. Es tan divertido hacerla sufrir un poquito más. Ella se volvió a mirarme. Se mordía el labio inferior, en un gesto a medio camino entre la indignación y la provocación. 

Entonces volví a entrar. Esta vez fue algo más rápido, y más profundo. Ella emitió un largo gemido, mientras terminaba de acoger todo mi falo. Comencé a mover mis caderas acompasadamente, adelante y atrás, penetrándola lenta pero profundamente. Ella gemía con cada nueva embestida y la sentía moverse grande, enorme en su interior. Fui incrementando el ritmo. Cada movimiento era una oleada de placer para ambos. A ella le comenzaban a temblar las piernas. Mi respiración se había tornado entrecortada. El ritmo se aceleraba. Ella agarraba tan fuerte los mangos de los grifos que sus tendones se dibujaban blancos bajo la tersa piel de sus manos. El agua caliente recorría nuestros enfervorecidos cuerpos, tornándolos más resbaladizos aún. Me incliné sobre ella, y tomé sus pechos entre las manos, amasándolos, apretándolos, mientras besaba y mordía su espalda. El ritmo seguía en aumento. Los gemidos se sucedían de una y otra parte. Los pezones de ella estaban tan duros que los sentía clavarse en mis manos cuando apretaba aquellos senos perfectos. Ya apenas respiraba. El final estaba cerca. Los gemidos de ella eran ya gritos de placer, pidiéndome que siguiese, que no parase nunca. Pronto se volvieron ininteligibles. Ella echó hacia atrás la cabeza, su melena salpicando y azotando mi rostro. Gritó mientras el orgasmo la embargaba. El placer era tal que las piernas le temblaban tanto que apunto estuvieron de no sostenerla. Pero cuando sus gemidos comenzaban a apagarse sintió como mis manos se cerraban sobre su pecho, como todos mis músculos se contraían. Y con un gemido, me derramé dentro de ella, derrumbándome sobre su espalda. Durante unos segundos no nos hablamos, mientras nuestros respectivos corazones trataban de latir a un ritmo más acompasado. Las respiraciones ahogadas poco a poco se normalizaron. Entonces nos separamos y, tras besarnos una vez más, decidimos que iba siendo hora de una buena ducha. 

PD: Para los curiosos, sólo deciros que este fue el post que Giselle no me dejó terminar ;) 

sábado, 13 de enero de 2007

El juego es así


Sé que está detrás de mí. Pero no puedo girarme. El juego es así y él dicta las normas esta vez. Me tiene de rodillas sobre la cama, solo con mis braguitas blancas y un top a juego con una transparencia con el que se me notan demasiado mis pezones endurecidos. Siento su aliento cálido en mi cuello, y siento como desea tocarme.


Comienza a acariciarme los muslos. Sus caricias son tan suaves, que casi parece que me roza el viento. Sus manos van recorriendo poco el interior de mis piernas hasta rozar el borde de mis braguitas. Comienzo a humedecerme. Ahora cambia de rumbo y conduce sus manos hasta mi escote y muy lentamente las dirige hasta mis pezones, que comienza a acariciar sobre mi top.

Sigo sin poder girarme, y no me debería mover, pero mi excitación va en aumento. Quiero tocarle a él también, pero el juego es así. Empieza a estrujarme los pechos con dulzura, y una de sus manos va a parar debajo de mi camiseta. La noto cálida, agradable, y me encanta su contacto con mi piel. Se me escapa un gemido inevitable. Siguió un buen rato jugueteando con mis pezones, y mordisqueándome el cuello, mientras yo me estremecía de placer. Cuando a él le apeteció, bajo sus manos hasta mis braguitas, y me pasó los dedos sobre mis labios.

-Me encanta notarte tan húmeda. – me susurró.

Se acercó aun más a mí y lo noté pegado a mi espalda. Su pene erecto rozaba mis muslos y eso me excitaba aun más. Metió sus dedos dentro de mis braguitas y empezó a masturbarme de un modo sublime. Mis gemidos ya era imposible controlarlos. Seguía notando su falo detrás mia y me estaba volviendo loca, pues deseaba que me penetrase mas que nada, pero él seguía alargando el momento, haciéndome sufrir se un modo exquisito. Y yo sin poder hacer nada.

-Voy a volverme loca, cielo… Quiero besarte y tocarte…-le dije.
-Shhh….

Al fin bajó mis braguitas completamente mojadas, me agarró por el interior de mis muslos y pude notar como poco a poco su pene totalmente endurecido entraba en mi interior. El placer que sentí no se puede explicar. Solo sé que llegué al orgasmo en segundos, de tan excitada que estaba.

lunes, 8 de enero de 2007

Cambio de planes

Hoy tenía pensado escribir otro post, pero no me han dejado. Me he levantado como tantas mañanas. Me he servido un desayuno breve pero energético y me he plantado delante de mi ordenador para compartir con vosotros parte de nuestros diarios. Apenas había escrito un par de párrafos cuando sentí las suaves manos de Giselle sobre mi cuello.

-Hola cariño –dije mientras miraba hacia arriba y veía su hermoso rostro-. Hoy has madrugado mucho.

-Tú sí que te levantaste temprano –su voz era un ronroneo-. He abierto los ojos y no estabas allí. Te he echado de menos en la cama…

Sus manos se deslizaron por el cuello de mi pijama bajo la blusa, acariciando mi pecho. Yo sonreí y me mordí el labio complacido. Ella se inclinó para besarme y pude notar como su lengua buscaba ansiosa la mía.

-El post tendrá que esperar –pensé.

-Puedes seguir con lo que estabas haciendo, Tristán –dijo como si leyese mi pensamiento-. No voy a molestarte –pero el brillo de sus ojos no decía lo mismo.

Sacó sus manos de mi blusa, después de que sus dedos hubiesen estado jugando con mis pezones durante toda la conversación. Volvió a besarme y se fue hacia la ducha. Escuché el correr del agua y, por un instante, me planteé irme con ella. –Más tarde podremos dedicarnos a jugar –me dije y seguí escribiendo.

Pocos minutos después dejé de escuchar la ducha y oí como se abría la puerta del baño. Enseguida apareció Giselle, cubierta solamente por un albornoz que dejaba al descubierto el nacimiento de sus hermosos pechos. Una gota de agua recorría, atrevida y solitaria, su escote. Estaba tan sensual.

-Déjame terminar esto y no te vistas –le dije guiñando un ojo.

-Termina, cielo. No tenemos ninguna prisa –rió en voz queda.

Me centré en terminar el post, pues no me quedaban más que dos o tres párrafos. Pero entonces noté a Giselle llegar hasta a mí. Estaba de pie a mi derecha, el albornoz abierto casi hasta la cintura. Noté como mi pene comenzaba a palpitar bajo el pantalón del pijama.

-Vamos, termina –me dijo con una sonrisa al ver como la miraba-. Eres un impaciente.

Sonreí y volví a centrarme, iluso de mí, en el blog. Porque entonces Giselle se agachó y se situó frente a mí, entre mis piernas, las cuales separó suavemente. Fui a decir algo, pero me cortó.

-A lo tuyo –dijo mientras su mano se deslizaba bajo mi pantalón y agarraba mi pene para sacarlo.

Intenté escribir, pero cuando sus labios se cerraron alrededor de mi falo y comenzó a succionar delicadamente mi respiración se entrecortó. Mis manos se apartaron del teclado y fueron a acariciar su pelo. Giselle paró unos instantes y, con sus labios aun rozando mi glande, me dijo con una sonrisa:

-Si no trabajas, lo dejamos.

-Eres diabólica –contesté devolviéndole la sonrisa.

A pesar de las ganas que tenía de levantarla en vilo y llevarla a la cama, decidí seguir sus normas. Ella siguió chupando, despacio al principio, luego con algo más de fuerza. Su lengua recorría mi carne de arriba abajo, desde los testículos hacia el extremo, cada vez que ella paraba. Lo hacía endiabladamente bien, como sólo ella sabe hacerlo.

-Si sigues así me correré, Giselle –mi voz se había enronquecido como consecuencia de mi excitación y respiraba agitadamente.

Ella esbozó un puchero y poco a poco se levantó, sin dejar de mirarme a los ojos. Sus pupilas reflejaban todo el deseo que inflamaba su cuerpo. Y el mío. Entonces, lentamente, apartó los faldones del albornoz, dejándome ver su rizado vello púbico. Colocó sus piernas a ambos lados de las mías y se quedó mirándome, a la espera de lo que yo fuese a hacer. Entonces la agarré de sus glúteos, tersos y firmes, y la hice sentarse sobre mi pene, enhiesto como el mástil de una bandera. Entró sin dificultad, pues ella ya estaba bien lubricada. Pude sentir su calidez y no pude evitar un jadeo de placer. Ella pasó sus brazos alrededor de mi cuello y volvió a besarme con furia. Su lengua se enredaba con la mía mientras mis manos impulsaban su trasero arriba y abajo, esforzándome en no acelerar demasiado el ritmo para saborear todo aquel universo de sensaciones. Clavé mis dedos en la carne de sus nalgas mientras la apretaba con más fuerza hacia mí, haciendo la penetración mas profunda y consiguiendo que ella echase hacia atrás la cabeza mientras gemía de placer. Sus jugos empapaban mi vientre. Aparté la parte superior de su albornoz, desnudando sus pechos. La mera visión de sus pezones duros y firmes terminó por hacerme perder cualquier vestigio de autocontrol. Me abalancé sobre sus senos, estrujándolos, manoseándolos, lamiendo cada pezón, apretándolo con mi lengua contra los dientes, mordisqueándolo. Giselle jadeaba y apretaba mi cabeza contra su pecho y arañaba mi espalda con su otra mano, incluso por encima de mi blusa. Sus gemidos crecían en intensidad y pude sentir cómo su clímax se acercaba, paralelo al mío. Moví mi cadera abajo y arriba cuanto pude, y cuando noté como el semen salía propulsado dentro de ella la apreté contra mí mientras me vaciaba. Giselle se sacudió varias veces sobre mí, al tiempo que ella también llegaba al orgasmo. Cuando hubo pasado, se derrumbó sobre mi pecho, exhausta. Yo apenas podía respirar, pero comencé a acariciarle la espalda tiernamente, mientras ambos tratábamos de recuperar las fuerzas.

-Me encanta trabajar así –mi voz era apenas un susurro.

-Sí, hacemos un buen equipo. Muy buen equipo.

martes, 2 de enero de 2007

Casino Eternal Palace

La fiesta del Casino Eternal Palace comenzaba sobre las 10 de la noche. Tenía mi entrada encima de la mesilla, junto a la llave de la habitación. Esta noche exigía traje de gala, así es que no dudé en ponerme el vestido de gasa rojo ajustado al cuello, el de los brillantes en el escote. La melena suelta, leonina, que caiga con gracia sobre los hombros y la espalda. Tengo que estar irresistible esta noche.

Bajé por el ascensor y me dirigí a la sala principal, mostré mi invitación y entré. Cogí una copa de champán de las que servía el camarero y comencé a buscarle entre la multitud. Muchos se giraban al verme pasar a su lado, pero ninguno era él. Seguí paseándome por la sala hasta que al fin pude verle sentado en la mesa de pócker junto a varios hombres más. Cielos, estaba terriblemente atractivo con esmoquin. Decidí unirme a la partida y me acerqué a la mesa. Todos se giraron para contemplarme y cuchicheaban entre ellos menos él, pero no me importaba, porque yo sabía que en el fondo había captado su atención. Me encanta cuando finge ser el hombre de hielo.

Contemplaba todos sus movimientos… La elegancia con la que se coloca los gemelos, cómo se acaricia la barbilla cuando reflexiona mientras juega, la chulería con la que suelta las cartas y la forma de beber su copa de ron. Cada movimiento desprendía masculinidad, atractivo y sensualidad. Deseaba con todo mi ser que me acariciase con sus manos, sentir sus labios… Pero seguía sin mirarme. Pedí otra copa de champán y decidí llamar su atención con un par de jugadas, hasta que llegó el momento culminante que yo esperaba. Una buena mano. Él acaba de ver mis cartas y subió la apuesta. Solo quedábamos él y yo. No podía igualarle. Así es que aposté lo que un hombre es incapaz de rechazar.

-Una noche conmigo. –dije. Todos los hombres de la mesa se giraron asombrados con los ojos como platos. Él me contempló fijamente a los ojos y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.- ¿Aceptas la apuesta? –dije con voz melosa casi como un ronroneo. Él sonrió pícaro.
-Acepto.

Mostramos las cartas. Full de ases y reyes... Buena jugada, pero mi pócker de damas lo desbancó. Sonreí juguetona. Al final, las damas siempre ganan. Cogí todas las fichas, mientras el permanecía impávido mirándome. Los demás reían y le daban palmadas en la espalda mientras decían: “quizás en tus sueños, amigo…” Me levanté de la mesa, terminé de beber mi copa y le miré. No me quitaba la vista ni un segundo… Y eso me excitaba. Sabía que al fin me deseaba. Cogí mis fichas, para cambiarlas y me marché de la mesa.

Volví al ascensor y una sonrisa se dibujaba en mis labios, porque él me seguía. Al subir al piso, caminé hacia mi habitación despacio para que me alcanzara. Al llegar a la puerta, me paré en seco. Estaba justo detrás mía. De repente sentí sus manos acariciando mi espalda descubierta, de abajo a arriba, con suma delicadeza, hasta los hombros. Apartó mi pelo suavemente y me acarició el cuello.

-Dame esa noche, Giselle. –dijo con una voz grave pero aterciopelada.
-Creo que la has perdido. –sonreí. Tristán comenzó a besarme el cuello con suavidad. Aquello era irresistible.
-Aún así, la deseas tanto como la deseo yo. –los besos comenzaron a subir hasta la oreja y la nuca, y sus manos me cogieron de la cintura. Comencé a excitarme.
-Pensé que no te había fijado en mí… Nunca me mirabas.
-No fijarme en ti era imposible, Giselle. Solo necesité echarte un leve vistazo cuando te acercaste a la mesa para sentirme irremediablemente atraído por ti. Si te miraba, perdía la concentración. Sólo deseaba tener tu escultural cuerpo desnudo entre mis brazos.

Abrí la puerta de la habitación y dejé que pasara detrás de mí. Tire la llave sobre la mesilla y me acerqué a él hasta casi rozar sus labios con los míos. Respiraba con la boca abierta y podía notar su excitación cada vez mayor.

-¿Me deseas? –empecé a quitarle la chaqueta y deshacerle la pajarita.
-Sí.

Tristán comenzó a besarme de la forma más apasionada posible. Cogió mi cabeza con una mano y mientras con la otra me agarró fuertemente de la cintura. Así pegada a su cuerpo, empezó a empujarme poco a poco hasta llegar a la cama. Me eché sobre ella y él se colocó encima, mientras se quitaba la camisa. Acaricié su atlético cuerpo y él me mordisqueaba y besaba el cuello. Muy despacio bajó su mano derecha y levantó mi falda mientras me acariciaba con sus cálidas manos. Al mismo tiempo, yo me desabroché el vestido. Sus manos llegaron hasta rozar mis braguitas y finalmente tiró del vestido con suavidad hacia arriba para quitármelo. Me besaba más y más… Sobre mis braguitas, en el ombligo, y poco a poco, llegó hasta mis pechos, que mordisqueaba y lamía a placer. Mis pezones enhiestos eran para él un plato exquisito con el que juguetear con su lengua. En aquel momento estaba tan excitada que comencé a gemir, casi como un ronroneo y sé que a él le gustaba. Le ayudé a quitarse los pantalones y los boxers, y él me bajó las braguitas con dulzura. Después se colocó sobre mí y empezó a besarme cada vez de forma más apasionada. Podía notar cómo su pene erecto rozaba entre mis piernas e iba notando mi humedad. Anhelaba tanto que me penetrase que no pude evitar agarrarle de las nalgas y empujarlo hacía mí. Él me cogió entre sus brazos y pude sentir como se estremecía al penetrarme. Cada segundo en el que notaba cómo su falo entraba y salía, mi excitación iba en aumento. Durante mucho tiempo nos sentimos como uno solo, y su goce era también el mío. Su pene me atravesaba con cada movimiento y me hacía gemir de placer más y más, hasta que comencé a notar cómo él llegaba al éxtasis, al mismo tiempo que yo. Tristán empezó a gemir casi gritando y se pegó a mí como suplicando que no me fuese, pues deseaba sentir más que nada en el mundo ese placer que yo le proporcionaba… Y no dudé en dárselo mientras sentía el mío. Después de liberar la tensión con unos gritos de extremo placer, los movimientos de nuestros cuerpos cesaron lentamente y nuestra respiración se tranquilizó. Tristán se echó a mi lado con suavidad y me estrechó entre sus brazos, envueltos por las suaves sábanas blancas.

La playa

Los acantilados de roca negra devolvían el débil eco de las olas rompiendo contra el acantilado. Agosto estaba tocando a su fin, y la noche nos envolvía, tibia, bajo un cielo perlado de estrellas. La pequeña cala estaba desierta, y nuestro bote permanecía anclado unos metros más allá, mecido lánguidamente por una mar quieta y serena. Las olas que morían en la orilla venían a lamer dulcemente nuestros cuerpos desnudos, del mismo modo que nosotros veníamos haciendo desde la media noche. Mis labios habían recorrido cada rincón de su piel suave y tersa. Cada curva, cada pliegue, cada recoveco, lo había explorado con mi lengua húmeda, arrancando quedos murmullos de excitación y placer. Su respiración se había agitado y nuestros cuerpos comenzaban a sudar en medio de aquella tibia brisa estival que a nuestros excitados sentidos les parecía más bien un siroco abrasador. Pronto la arena comenzó a resultar una molesta compañera en nuestros juegos.

- Vayamos al agua – dije mientras me incorporaba levemente y dejaba de lamer por un instante sus pezones.

Giselle me miró un instante, mordiéndose el labio y deseando que los míos volviesen a su pecho. Tras un instante de duda, asintió, y unos mechones rizados de cabello castaño ocultaron por un segundo aquella mirada arrebatadora cargada de pasión. De deseo. Sonrió de una forma encantadora y se dirigió corriendo hacia el agua. La vi internándose, desnuda, entre las aguas, disfrutando de cada curva de su hermoso cuerpo, del movimiento de sus nalgas, del recorte de su figura contra la noche estrellada. Era tan hermosa.
Me levanté corriendo y la seguí. El agua estaba fría, más aún si cabe debido al contraste con nuestra piel enfebrecida. Ella aún tenía medio cuerpo fuera del agua. Sus pezones, duros y enhiestos, acusaban el frío. Me acerqué a ella, mientras notaba como mi pene parecía a punto de reventar. Lo sentía pulsante, bajo el agua fría, buscando el calor de ella. Giselle pareció leer mi mirada, se mordió los labios y, muy lentamente, se fue acercando hacia mí, mientras sus manos acariciaban sus pechos, estrujándolos, jugueteando con sus pezones. Excitándome. Su piel brillaba, salpicada de minúsculas gotas brillantes. Le agarré del cuello, bajo la nuca y la atraje hasta mí con fuerza. Nos besamos con ansia, a punto de devorarnos. Nuestras lenguas se enredaban y sus piernas ya estaban alrededor de cintura.

- Hmmm… Tristán… - gimió ella.

Agarré sus nalgas con ambas manos y la elevé un poco. Mis dedos se fueron deslizando hasta la entrada de su vagina. Cuando uno de ellos se introdujo entre sus labios, pude sentir como su cuerpo se estremecía ante el contacto del agua fría, y cómo ella se dejaba caer lentamente, para sentir como mis dedos iban penetrándola poco a poco. Así la estuve masturbando, mientras ella se echaba hacia atrás, mostrándome esos pechos turgentes, suaves, calientes. Mordisqueé sus pezones, y supe que no podría aguantar mucho más. Con un suave movimiento, saqué mis dedos y la icé un poco, lo suficiente como para colocarla justo encima de mi palpitante miembro. No hubo impedimento alguno mientras mi falo iba deslizándose en su interior. Ella se agarraba fuertemente a mí, gimiendo, mordiendo mi cuello. Sus rizos húmedos acariciaban mi piel mientras sus uñas la arañaban. Yo movía mis caderas al mismo ritmo que las suyas. Apreté su hermoso culo, empujando más fuerte al mismo tiempo. Podías sentir como el clímax se acercaba.

Ella gemía. Más fuerte. Cada vez más fuerte. Más fuerte. Yo sentí como mi semen se derramaba caliente en su interior, al mismo tiempo que ella se echaba hacia atrás, casi gritando de placer en medio de aquella quietud estival, mientras sus uñas dejaban rojizas marcas en mi espalda. Poco a poco fuimos recuperando la respiración, mientras nos dejábamos acunar por las aguas. Nos dimos un último beso. Tranquilo. Sosegado. Y poco después nadamos ya hacia la barca, donde dormimos desnudos y abrazados, hasta que nos sorprendió el día.