miércoles, 5 de noviembre de 2008

Vuelta al principio

La música estaba demasiado alta. Acodado en la barra, alguien bebía lenta y metódicamente. Alguna clase de licor fuerte, según se podía adivinar por sus gestos al tragar, cuando apretaba las mandíbulas, perfilando los músculos bajo la piel. Joven, bien parecido. La chaqueta de cuero negra, las gafas oscuras que pendían de su camiseta y el rostro anguloso y duro, con barba de unos pocos días, le daban un aspecto descuidado, peligroso, interesante. Tan sólo levantaba la vista de su vaso cuando pasaba alguna chica joven y hermosa. Pero ninguna parecía interesarle realmente. Entonces sus ojos se detuvieron en la pista cuando se cruzaron con una mirada marrón, brillante, sugerente. Aquellos iris clavados en él se le antojaban una invitación. Pero permaneció quieto aún. Esperando. Ella le mantuvo la mirada largo rato, hasta que, de repente, se volvió. Fue entonces cuando comenzó a bailar.

Los ojos del joven recorrieron cada curva de la desconocida, libertinos y descarados, mientras ella se movía al son de la música, exagerando deliciosamente el contoneo de sus caderas. Él sonreía, mientras observaba la anatomía de aquella mujer, delicada y poderosa a un tiempo. Aquel vestido, con aquella falda sólo algo más corta de lo que se considera correcto, resaltaba la perfecta figura de aquella joven.

Aquel tipo ya comenzaba a notar una presión bajo los vaqueros ajustados. Bebió de un trago lo que quedaba en el vaso y, sin volverse, dejó un billete sobre la barra y se dirigió a la pista. Cuando llegó junto a ella, se mantuvo alejado unos instantes, a la expectativa, decidido a que fuera ella quien llevase la iniciativa. Eso le excitaba. Y por lo que pudo comprobar, a ella también. Con un giro, aquella mujer se plantó ante él, los rostros enfrentados, separados por unos pocos centímetros. Entonces, al son de la música, ella comenzó a bajar, meneando sus caderas lenta y deliberadamente. Su rostro fue descendiendo hasta llegar a la altura de su cintura y, con un breve impulso hacia delante, subió mientras lo hacía la música. Ahora ella estaba tan cerca que podía aspirar el suave aroma a vainilla que emanaba de su pelo, de su cuello, de su piel. Su entrepierna palpitaba anhelante y un deseo salvaje comenzaba a arder en su interior. La joven se giró y volvió a bailar, subiendo y bajando, mientras sus nalgas rozaban el visible bulto que se dibujaba bajo los pantalones del desconocido, que aún así parecía impertérrito. Se adelantó apenas unos centímetros, para intensificar aquel delicioso contacto. Sus manos, que hasta entonces colgaban inermes en los costados, se acercaron a su cintura, y fueron acariciando, muy poco a poco, aquella carne llena de lujuria y deseo. Entonces la muchacha se giró, apartando las manos del hombre con un golpe, y se quedó mirándole directamente a los ojos, la boca húmeda, entreabierta, y unos oscuros rizos enmarcando un rostro diabólicamente angelical. Entonces se mordió suavemente el labio inferior, esbozó una sonrisa y, sin decir palabra, se dirigió hacia los servicios, como si nada de lo que había ocurrido fuese con ella. Aquel hombre, por supuesto, la siguió.

El baño estaba vacío y, a pesar de las horas y la gente que llenaba el local, razonablemente limpio. El joven echó el pestillo y se acercó a la pared de enfrente, donde la muchacha, con aire inocente, se encontraba recostada. Ella le observó, recorriendo su cuerpo con la mirada, y deteniéndose, encantada, en la abultada entrepierna del desconocido. Entonces avanzó hacia él. Le agarró del cuello y comenzó a besarle con fuerza, casi mordiéndole, mientras él la apretaba contra su cintura, sintiendo cada curva de la mujer. Él deslizó sus manos bajo la falda de ella mientras avanzaba hacia la pared, hasta quedar apoyados contra ella. La mujer subió la pierna hasta la cintura de él, que a su vez comenzó a hacer resbalar el pequeño tanga negro que llevaba. Su otra mano ya bajaba el tirante de su vestido, dejando al descubierto un pecho desnudo. Adelantó la cabeza hasta que sus labios se cerraron sobre aquel pezón sonrosado, que enseguida respondió a aquella caricia. Sus dedos se deslizaban, húmedos y exploratorios, entre el rizado vello de su entrepierna, La joven gimió de placer cuando uno de ellos comenzó a deslizarse lentamente en su interior. Ella bajó las manos y, excitada, comenzó a desabrochar torpemente el cinturón, mientras buscaba ansiosa su miembro. Cuando lo hubo desnudado, se aferró al cuello de aquel hombre e izó su cuerpo, para deslizarse sobre el palpitante falo. El hombre lo guió con su propia mano y la penetración fue rápida y profunda. Ella estaba completamente empapada y pudo sentir como aquella carne dura y palpitante la llenaba por dentro. Ella movía sus caderas salvajemente, con la falda del vestido sobre la cintura, mientras él la embestía una y otra vez contra la pared.

El orgasmo la acometió de improviso, de tan excitada que se encontraba, sin que tuviese tiempo de evitar un largo grito de placer. Deslizó sus piernas hacia abajo, antes de que el hombre pudiese correrse también. Sin darle tiempo a replicar, posó uno de sus gráciles dedos sobre los labios de él para después, lentamente, arrodillarse. Tomó su pene y se lo introdujo lentamente en la boca. Lamió desde los testículos llenos hasta la punta del glande, y cerró sus labios sobre él. Pronto, fue desapareciendo en su boca, en una felación profunda e intensa. Ella podía sentir como el clímax se aproximaba, dibujándose en aquella cara desconocida pero excitante, y cuando el hombre comenzó a gemir, sintió una cálida explosión en su boca. Lentamente se levantó, limpiándose el semen de los labios que en esos instantes dibujaban una sonrisa lasciva.

Ambos se contemplaron durante unos instantes, la respiración irregular aún, hasta que el joven rompió el silencio.

-¿Cómo te llamas? -dijo con voz enronquecida aún por el deseo y la excitación.

-Giselle -respondió ella al instante.

-Tristán.

Y sin cruzar otra palabra se despidieron con una mirada silenciosa. Y por un tiempo, aquellos desconocidos no volvieron a verse...