lunes, 27 de octubre de 2008

Ahora mando yo (II)

Me senté a horcajadas sobre aquel hermoso trasero. Mis manos se deslizaron por su espalda, masajeándola suavemente. Podía sentir el intenso calor de su piel desnuda manando en oleadas, mientras su respiración se iba normalizando. Apreté sus hombros para relajarlos, al tiempo que ella suspiraba satisfecha. Acaricié suavemente sus brazos, hasta llegar sus muñecas, y las guié suavemente por encima de su cabeza. Entonces las sujeté firmemente con una mano, mientras la otra se desplazaba veloz hacia mi cintura, para tomar las esposas que habían permanecido olvidadas hasta entonces.
Con un sonido metálico, las esposas se cerraron sobre sus muñecas y Giselle quedó maniatada al cabecero de la cama. Se retorció un poco debajo mía. Le excitaba saberse a mi merced. Y a mi él someterla.

-Ahora eres mía. Completamente mía.

-Hmmm, sí... -su voz era apenas un suspiro-. Soy tu juguete, Tristán. Tómame.

Notaba mi cuerpo febril, caliente. El deseo desbocaba mi corazón y mi respiración se había acelerado. Entonces me incliné y mordí suavemente su cuello, mientras movía mis caderas adelante y atrás sobre sus nalgas.

-Está muy dura. ¿No me vas a dar aún lo que tanto deseo, mi amor?

Y era cierto que su voz destilaba deseo. Así que coloqué mi falo justo en la entrada de su vagina, rozándola apenas. Giselle respondió con un gemido ahogado tan excitante que apunto estuve de perder el control y penetrarla sin miramientos. Pero era yo el que mandaba, y por tanto, quien decidía cuando lo haría. Así que mantuve unos segundo más ese contacto, para luego incrementar poco a poco la presión. Muy despacio mi glande fue abriéndose camino a través de sus labios mientras una cálida humedad lo envolvía. Apenas pude reprimir un jadeo de placer. Entonces me detuve y, tan lentamente como había entrado, lo hice salir.


-Eres malo, Tristán -Giselle sonreía-.

Respiré hondo y volví a penetrarla suavemente. Esta vez fue más profunda y rápida, pero sin llegar hasta el fondo. Giselle elevó su cadera para hacer la penetración más profunda, pero yo me retiré a tiempo y ella soltó un bufido de frustración.

-No, no, no. Recuerda que yo soy el que manda.

Le di un cachete en la nalga a modo de reprimenda y ella rió divertida. Entonces volví a penetrarla de nuevo. Esta vez empujé hasta el fondo y las manos de Giselle se cerraron sobre las sábanas.

-Oh, sí -gimiò-. Sigue, por favor.

Volví a retirarme de nuevo, pero tan sólo un instante. Giselle fue a decir algo, pero entonces deslicé toda mi miembro en su interior y un gritito de placer ahogó cualquier otra palabra que fuese a salir de su garganta. Entonces la agarré de la cintura y comencé a penetrarla con fuerza.

-Hmm, sí... Cómo lo noto, Tristán. No pares
Aguijoneado por sus palabras y por mi propio deseo la seguí penetrando, impulsando mis caderas tanto como podía. Ella gemía de placer y retorcía las sábanas con furia entre sus dedos. Elevó su cadera, para acoplarse mejor a mis movimientos y poder sentir más si cabe la fuerza de mis embestidas. Sus jadeos entrecortados pronto se convirtieron en fieros gritos de placer. Entonces levantó su cabeza, haciendo que su melena marrón se deslizase sobre su espalda desnuda. Y entonces pude notar como los músculos de su vagina se contraían, como los tendones se dibujaban blancos bajo la tersa piel de sus manos, cómo su respiración se detenía un momento, para después exhalar todo el aire en un largo y sostenido gemido de placer. 

Yo había estado tratando de contenerme y de variar el ritmo para incrementar aquel tremendo polvo, pero el notar como Giselle se corría me excitó de tal manera que perdí todo el control. Empujé un par de veces más, mientras notaba como el orgasmo se acercaba sin que ya nada pudiese hacer por evitarlo.

-Córrete, Tristán, córrete -susurraba con la voz ahogada por las sábanas.

Y con un gruñido de placer, me derramé en su interior y me dejé caer suavemente sobre su espalda, sin sacar mi falo de su interior, una vez que todas mis fuerzas me hubieron abandonado. Mi miembro aún palpitaba convulso tras el orgasmo, y con cada movimiento involuntario Giselle se sacudía divertida de placer. 

-Me encanta ser toda tuya -me susurró Giselle mientras la liberaba de las esposas, tras haberle quitado el antifaz. Entonces se dio la vuelta debajo de mi, me miró a los ojos y, jugetona, me agarró las nalgas y me atrajo hacia ella-. Pero mañana me toca a mi...