sábado, 20 de enero de 2007

Un día agotador

Todo estaba cubierto de vapor. Yo era apenas una sombra velada por las cortinas y el vaho. El agua caía caliente sobre mi cabeza, derramándose por mi espalda, relajando mis agarrotados músculos. Había sido un día agotador. Sólo quería descansar. Necesitaba descansar.

El suave roce de unas manos en mi espalda me arrancó de mis pensamientos. Me volví sobresaltado. El sinuoso contorno de una mujer se adivinaba tras las cortinas apenas descorridas. Sonreí complacido. Aunque estaba cansado, siempre disfruto de tales recibimientos. Tomé esas manos y las atraje hacia mí. Giselle atravesó las cortinas casi como un fantasma apenas visible entre la calima. Su pelo rizado enseguida se apelmazó, lacio, sobre su frente y sus hombros desnudos. Yo la contemplé unos instantes, absorto en el delicado mapa de su cuerpo, explorando cada rincón con unos ojos ávidos, encendidos por el deseo. Las gotas de aguas resbalaban como pequeños ríos entre los valles y llanuras de su seductora orografía. La deseaba. Y cuando mis ojos se encontraron con los de ella, pude comprobar que ella también me deseaba a mí. A pesar del tiempo que llevamos juntos, aún me hiela la ardiente frialdad de esos ojos glaucos, inflamados de pasión, cuando permanecen fijos en mí.


Me acerqué lentamente hacia ella, inclinando mi cabeza, para detener el avance de una gota con la lengua, justo por encima de uno de los pezones de Giselle. Ella me miró, sonriendo, y empujó suavemente mi cabeza, hasta que mis labios se cerraron sobre su areola. Pasaba mi lengua una y otra vez sobre el extremo del pezón, que no tardó en reaccionar. Cuando estuvo erecto, lo mordí suavemente, mientras mi otra mano ya se deslizaba hacia el otro pecho de mi chica. Pero no fueron los pezones de ella lo único que respondió, pues, olvidado ya el cansancio, entre mis piernas se apreciaba una incipiente erección. Giselle apretó mi cabeza contra su pecho. Le gustaba mi contacto. Lo ansiaba. Una humedad que nada tenía que ver con el agua de la ducha se extendía entre sus piernas. Cerró los ojos y saboreó cada una de las sensaciones que mi experta lengua le proporcionaba. 

Entonces me liberé de su abrazo y, mientras besaba su cuello desde el nacimiento de los hombros hasta debajo de la oreja izquierda, la hice girarse hasta quedar de espaldas a mí. Mientras ella se inclinaba hacia delante, apoyando su peso sobre los grifos, me agaché, saboreando de antemano aquel delicioso manjar. Muy despacio, mis manos separaron las nalgas para facilitar el acceso a su cálido centro. Podía escuchar como su respiración se agitaba, anhelante. El chorro de la ducha golpeaba sobre su delicada espalda, salpicando mi rostro de cálidas gotas. Acerqué mi boca hasta casi rozarla. Quería que sintiese el calor de mi respiración. Ella se agitó nerviosa. Con un movimiento rápido de la lengua acaricié los labios mayores de Giselle. Fue un contacto fugaz, apenas un breve instante, pero sirvió para robarle un gemido y conseguir que un escalofrío recorriese su cuerpo. Entonces volví a pasar mi lengua. Esta vez el contacto fue más largo, si bien igual de tenue. Ella suspiró hondo. Moví de nuevo la lengua, de abajo a arriba, más lentamente, y esta vez aumentando la presión y por ende, el roce. Ella dejó escapar el aire con fuerza, en un gemido seco y cargado de placer. Murmuraba mi nombre… “Tristán”. Sonaba tan delicioso arrastrado entre sus gemidos…

Seguí lamiendo con más fuerza, manteniendo un ritmo lento y constante que, muy poco a poco, fui acelerando al son de los gemidos de ella. Entonces, con el anular de mi mano izquierda, comencé a masturbarla, mientras mi lengua seguía su recorrido vertical, de arriba abajo, ahora sensiblemente más rápido. Ella ya no gemía. Gritaba.

Con una última y larga pasada de mi lengua me levanté. Giselle trataba de recuperar el aliento. Pero ella no me había dejado descansar. ¿Por qué iba a hacerlo yo? Sonriendo, acaricié tiernamente su espalda, empapada por el agua de la ducha, y fui dejando resbalar mis manos hasta la cadera de ella. Entonces, lenta y cuidadosamente, la fui penetrando. Lo hice despacio. A ambos nos encanta sentir como va desapareciendo esa breve presión inicial, y como va entrando hondo. Cada vez más hondo. Ella gimió, al sentir como la iba llenando. Entonces me retiré. Es tan divertido hacerla sufrir un poquito más. Ella se volvió a mirarme. Se mordía el labio inferior, en un gesto a medio camino entre la indignación y la provocación. 

Entonces volví a entrar. Esta vez fue algo más rápido, y más profundo. Ella emitió un largo gemido, mientras terminaba de acoger todo mi falo. Comencé a mover mis caderas acompasadamente, adelante y atrás, penetrándola lenta pero profundamente. Ella gemía con cada nueva embestida y la sentía moverse grande, enorme en su interior. Fui incrementando el ritmo. Cada movimiento era una oleada de placer para ambos. A ella le comenzaban a temblar las piernas. Mi respiración se había tornado entrecortada. El ritmo se aceleraba. Ella agarraba tan fuerte los mangos de los grifos que sus tendones se dibujaban blancos bajo la tersa piel de sus manos. El agua caliente recorría nuestros enfervorecidos cuerpos, tornándolos más resbaladizos aún. Me incliné sobre ella, y tomé sus pechos entre las manos, amasándolos, apretándolos, mientras besaba y mordía su espalda. El ritmo seguía en aumento. Los gemidos se sucedían de una y otra parte. Los pezones de ella estaban tan duros que los sentía clavarse en mis manos cuando apretaba aquellos senos perfectos. Ya apenas respiraba. El final estaba cerca. Los gemidos de ella eran ya gritos de placer, pidiéndome que siguiese, que no parase nunca. Pronto se volvieron ininteligibles. Ella echó hacia atrás la cabeza, su melena salpicando y azotando mi rostro. Gritó mientras el orgasmo la embargaba. El placer era tal que las piernas le temblaban tanto que apunto estuvieron de no sostenerla. Pero cuando sus gemidos comenzaban a apagarse sintió como mis manos se cerraban sobre su pecho, como todos mis músculos se contraían. Y con un gemido, me derramé dentro de ella, derrumbándome sobre su espalda. Durante unos segundos no nos hablamos, mientras nuestros respectivos corazones trataban de latir a un ritmo más acompasado. Las respiraciones ahogadas poco a poco se normalizaron. Entonces nos separamos y, tras besarnos una vez más, decidimos que iba siendo hora de una buena ducha. 

PD: Para los curiosos, sólo deciros que este fue el post que Giselle no me dejó terminar ;) 

sábado, 13 de enero de 2007

El juego es así


Sé que está detrás de mí. Pero no puedo girarme. El juego es así y él dicta las normas esta vez. Me tiene de rodillas sobre la cama, solo con mis braguitas blancas y un top a juego con una transparencia con el que se me notan demasiado mis pezones endurecidos. Siento su aliento cálido en mi cuello, y siento como desea tocarme.


Comienza a acariciarme los muslos. Sus caricias son tan suaves, que casi parece que me roza el viento. Sus manos van recorriendo poco el interior de mis piernas hasta rozar el borde de mis braguitas. Comienzo a humedecerme. Ahora cambia de rumbo y conduce sus manos hasta mi escote y muy lentamente las dirige hasta mis pezones, que comienza a acariciar sobre mi top.

Sigo sin poder girarme, y no me debería mover, pero mi excitación va en aumento. Quiero tocarle a él también, pero el juego es así. Empieza a estrujarme los pechos con dulzura, y una de sus manos va a parar debajo de mi camiseta. La noto cálida, agradable, y me encanta su contacto con mi piel. Se me escapa un gemido inevitable. Siguió un buen rato jugueteando con mis pezones, y mordisqueándome el cuello, mientras yo me estremecía de placer. Cuando a él le apeteció, bajo sus manos hasta mis braguitas, y me pasó los dedos sobre mis labios.

-Me encanta notarte tan húmeda. – me susurró.

Se acercó aun más a mí y lo noté pegado a mi espalda. Su pene erecto rozaba mis muslos y eso me excitaba aun más. Metió sus dedos dentro de mis braguitas y empezó a masturbarme de un modo sublime. Mis gemidos ya era imposible controlarlos. Seguía notando su falo detrás mia y me estaba volviendo loca, pues deseaba que me penetrase mas que nada, pero él seguía alargando el momento, haciéndome sufrir se un modo exquisito. Y yo sin poder hacer nada.

-Voy a volverme loca, cielo… Quiero besarte y tocarte…-le dije.
-Shhh….

Al fin bajó mis braguitas completamente mojadas, me agarró por el interior de mis muslos y pude notar como poco a poco su pene totalmente endurecido entraba en mi interior. El placer que sentí no se puede explicar. Solo sé que llegué al orgasmo en segundos, de tan excitada que estaba.

lunes, 8 de enero de 2007

Cambio de planes

Hoy tenía pensado escribir otro post, pero no me han dejado. Me he levantado como tantas mañanas. Me he servido un desayuno breve pero energético y me he plantado delante de mi ordenador para compartir con vosotros parte de nuestros diarios. Apenas había escrito un par de párrafos cuando sentí las suaves manos de Giselle sobre mi cuello.

-Hola cariño –dije mientras miraba hacia arriba y veía su hermoso rostro-. Hoy has madrugado mucho.

-Tú sí que te levantaste temprano –su voz era un ronroneo-. He abierto los ojos y no estabas allí. Te he echado de menos en la cama…

Sus manos se deslizaron por el cuello de mi pijama bajo la blusa, acariciando mi pecho. Yo sonreí y me mordí el labio complacido. Ella se inclinó para besarme y pude notar como su lengua buscaba ansiosa la mía.

-El post tendrá que esperar –pensé.

-Puedes seguir con lo que estabas haciendo, Tristán –dijo como si leyese mi pensamiento-. No voy a molestarte –pero el brillo de sus ojos no decía lo mismo.

Sacó sus manos de mi blusa, después de que sus dedos hubiesen estado jugando con mis pezones durante toda la conversación. Volvió a besarme y se fue hacia la ducha. Escuché el correr del agua y, por un instante, me planteé irme con ella. –Más tarde podremos dedicarnos a jugar –me dije y seguí escribiendo.

Pocos minutos después dejé de escuchar la ducha y oí como se abría la puerta del baño. Enseguida apareció Giselle, cubierta solamente por un albornoz que dejaba al descubierto el nacimiento de sus hermosos pechos. Una gota de agua recorría, atrevida y solitaria, su escote. Estaba tan sensual.

-Déjame terminar esto y no te vistas –le dije guiñando un ojo.

-Termina, cielo. No tenemos ninguna prisa –rió en voz queda.

Me centré en terminar el post, pues no me quedaban más que dos o tres párrafos. Pero entonces noté a Giselle llegar hasta a mí. Estaba de pie a mi derecha, el albornoz abierto casi hasta la cintura. Noté como mi pene comenzaba a palpitar bajo el pantalón del pijama.

-Vamos, termina –me dijo con una sonrisa al ver como la miraba-. Eres un impaciente.

Sonreí y volví a centrarme, iluso de mí, en el blog. Porque entonces Giselle se agachó y se situó frente a mí, entre mis piernas, las cuales separó suavemente. Fui a decir algo, pero me cortó.

-A lo tuyo –dijo mientras su mano se deslizaba bajo mi pantalón y agarraba mi pene para sacarlo.

Intenté escribir, pero cuando sus labios se cerraron alrededor de mi falo y comenzó a succionar delicadamente mi respiración se entrecortó. Mis manos se apartaron del teclado y fueron a acariciar su pelo. Giselle paró unos instantes y, con sus labios aun rozando mi glande, me dijo con una sonrisa:

-Si no trabajas, lo dejamos.

-Eres diabólica –contesté devolviéndole la sonrisa.

A pesar de las ganas que tenía de levantarla en vilo y llevarla a la cama, decidí seguir sus normas. Ella siguió chupando, despacio al principio, luego con algo más de fuerza. Su lengua recorría mi carne de arriba abajo, desde los testículos hacia el extremo, cada vez que ella paraba. Lo hacía endiabladamente bien, como sólo ella sabe hacerlo.

-Si sigues así me correré, Giselle –mi voz se había enronquecido como consecuencia de mi excitación y respiraba agitadamente.

Ella esbozó un puchero y poco a poco se levantó, sin dejar de mirarme a los ojos. Sus pupilas reflejaban todo el deseo que inflamaba su cuerpo. Y el mío. Entonces, lentamente, apartó los faldones del albornoz, dejándome ver su rizado vello púbico. Colocó sus piernas a ambos lados de las mías y se quedó mirándome, a la espera de lo que yo fuese a hacer. Entonces la agarré de sus glúteos, tersos y firmes, y la hice sentarse sobre mi pene, enhiesto como el mástil de una bandera. Entró sin dificultad, pues ella ya estaba bien lubricada. Pude sentir su calidez y no pude evitar un jadeo de placer. Ella pasó sus brazos alrededor de mi cuello y volvió a besarme con furia. Su lengua se enredaba con la mía mientras mis manos impulsaban su trasero arriba y abajo, esforzándome en no acelerar demasiado el ritmo para saborear todo aquel universo de sensaciones. Clavé mis dedos en la carne de sus nalgas mientras la apretaba con más fuerza hacia mí, haciendo la penetración mas profunda y consiguiendo que ella echase hacia atrás la cabeza mientras gemía de placer. Sus jugos empapaban mi vientre. Aparté la parte superior de su albornoz, desnudando sus pechos. La mera visión de sus pezones duros y firmes terminó por hacerme perder cualquier vestigio de autocontrol. Me abalancé sobre sus senos, estrujándolos, manoseándolos, lamiendo cada pezón, apretándolo con mi lengua contra los dientes, mordisqueándolo. Giselle jadeaba y apretaba mi cabeza contra su pecho y arañaba mi espalda con su otra mano, incluso por encima de mi blusa. Sus gemidos crecían en intensidad y pude sentir cómo su clímax se acercaba, paralelo al mío. Moví mi cadera abajo y arriba cuanto pude, y cuando noté como el semen salía propulsado dentro de ella la apreté contra mí mientras me vaciaba. Giselle se sacudió varias veces sobre mí, al tiempo que ella también llegaba al orgasmo. Cuando hubo pasado, se derrumbó sobre mi pecho, exhausta. Yo apenas podía respirar, pero comencé a acariciarle la espalda tiernamente, mientras ambos tratábamos de recuperar las fuerzas.

-Me encanta trabajar así –mi voz era apenas un susurro.

-Sí, hacemos un buen equipo. Muy buen equipo.

martes, 2 de enero de 2007

Casino Eternal Palace

La fiesta del Casino Eternal Palace comenzaba sobre las 10 de la noche. Tenía mi entrada encima de la mesilla, junto a la llave de la habitación. Esta noche exigía traje de gala, así es que no dudé en ponerme el vestido de gasa rojo ajustado al cuello, el de los brillantes en el escote. La melena suelta, leonina, que caiga con gracia sobre los hombros y la espalda. Tengo que estar irresistible esta noche.

Bajé por el ascensor y me dirigí a la sala principal, mostré mi invitación y entré. Cogí una copa de champán de las que servía el camarero y comencé a buscarle entre la multitud. Muchos se giraban al verme pasar a su lado, pero ninguno era él. Seguí paseándome por la sala hasta que al fin pude verle sentado en la mesa de pócker junto a varios hombres más. Cielos, estaba terriblemente atractivo con esmoquin. Decidí unirme a la partida y me acerqué a la mesa. Todos se giraron para contemplarme y cuchicheaban entre ellos menos él, pero no me importaba, porque yo sabía que en el fondo había captado su atención. Me encanta cuando finge ser el hombre de hielo.

Contemplaba todos sus movimientos… La elegancia con la que se coloca los gemelos, cómo se acaricia la barbilla cuando reflexiona mientras juega, la chulería con la que suelta las cartas y la forma de beber su copa de ron. Cada movimiento desprendía masculinidad, atractivo y sensualidad. Deseaba con todo mi ser que me acariciase con sus manos, sentir sus labios… Pero seguía sin mirarme. Pedí otra copa de champán y decidí llamar su atención con un par de jugadas, hasta que llegó el momento culminante que yo esperaba. Una buena mano. Él acaba de ver mis cartas y subió la apuesta. Solo quedábamos él y yo. No podía igualarle. Así es que aposté lo que un hombre es incapaz de rechazar.

-Una noche conmigo. –dije. Todos los hombres de la mesa se giraron asombrados con los ojos como platos. Él me contempló fijamente a los ojos y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.- ¿Aceptas la apuesta? –dije con voz melosa casi como un ronroneo. Él sonrió pícaro.
-Acepto.

Mostramos las cartas. Full de ases y reyes... Buena jugada, pero mi pócker de damas lo desbancó. Sonreí juguetona. Al final, las damas siempre ganan. Cogí todas las fichas, mientras el permanecía impávido mirándome. Los demás reían y le daban palmadas en la espalda mientras decían: “quizás en tus sueños, amigo…” Me levanté de la mesa, terminé de beber mi copa y le miré. No me quitaba la vista ni un segundo… Y eso me excitaba. Sabía que al fin me deseaba. Cogí mis fichas, para cambiarlas y me marché de la mesa.

Volví al ascensor y una sonrisa se dibujaba en mis labios, porque él me seguía. Al subir al piso, caminé hacia mi habitación despacio para que me alcanzara. Al llegar a la puerta, me paré en seco. Estaba justo detrás mía. De repente sentí sus manos acariciando mi espalda descubierta, de abajo a arriba, con suma delicadeza, hasta los hombros. Apartó mi pelo suavemente y me acarició el cuello.

-Dame esa noche, Giselle. –dijo con una voz grave pero aterciopelada.
-Creo que la has perdido. –sonreí. Tristán comenzó a besarme el cuello con suavidad. Aquello era irresistible.
-Aún así, la deseas tanto como la deseo yo. –los besos comenzaron a subir hasta la oreja y la nuca, y sus manos me cogieron de la cintura. Comencé a excitarme.
-Pensé que no te había fijado en mí… Nunca me mirabas.
-No fijarme en ti era imposible, Giselle. Solo necesité echarte un leve vistazo cuando te acercaste a la mesa para sentirme irremediablemente atraído por ti. Si te miraba, perdía la concentración. Sólo deseaba tener tu escultural cuerpo desnudo entre mis brazos.

Abrí la puerta de la habitación y dejé que pasara detrás de mí. Tire la llave sobre la mesilla y me acerqué a él hasta casi rozar sus labios con los míos. Respiraba con la boca abierta y podía notar su excitación cada vez mayor.

-¿Me deseas? –empecé a quitarle la chaqueta y deshacerle la pajarita.
-Sí.

Tristán comenzó a besarme de la forma más apasionada posible. Cogió mi cabeza con una mano y mientras con la otra me agarró fuertemente de la cintura. Así pegada a su cuerpo, empezó a empujarme poco a poco hasta llegar a la cama. Me eché sobre ella y él se colocó encima, mientras se quitaba la camisa. Acaricié su atlético cuerpo y él me mordisqueaba y besaba el cuello. Muy despacio bajó su mano derecha y levantó mi falda mientras me acariciaba con sus cálidas manos. Al mismo tiempo, yo me desabroché el vestido. Sus manos llegaron hasta rozar mis braguitas y finalmente tiró del vestido con suavidad hacia arriba para quitármelo. Me besaba más y más… Sobre mis braguitas, en el ombligo, y poco a poco, llegó hasta mis pechos, que mordisqueaba y lamía a placer. Mis pezones enhiestos eran para él un plato exquisito con el que juguetear con su lengua. En aquel momento estaba tan excitada que comencé a gemir, casi como un ronroneo y sé que a él le gustaba. Le ayudé a quitarse los pantalones y los boxers, y él me bajó las braguitas con dulzura. Después se colocó sobre mí y empezó a besarme cada vez de forma más apasionada. Podía notar cómo su pene erecto rozaba entre mis piernas e iba notando mi humedad. Anhelaba tanto que me penetrase que no pude evitar agarrarle de las nalgas y empujarlo hacía mí. Él me cogió entre sus brazos y pude sentir como se estremecía al penetrarme. Cada segundo en el que notaba cómo su falo entraba y salía, mi excitación iba en aumento. Durante mucho tiempo nos sentimos como uno solo, y su goce era también el mío. Su pene me atravesaba con cada movimiento y me hacía gemir de placer más y más, hasta que comencé a notar cómo él llegaba al éxtasis, al mismo tiempo que yo. Tristán empezó a gemir casi gritando y se pegó a mí como suplicando que no me fuese, pues deseaba sentir más que nada en el mundo ese placer que yo le proporcionaba… Y no dudé en dárselo mientras sentía el mío. Después de liberar la tensión con unos gritos de extremo placer, los movimientos de nuestros cuerpos cesaron lentamente y nuestra respiración se tranquilizó. Tristán se echó a mi lado con suavidad y me estrechó entre sus brazos, envueltos por las suaves sábanas blancas.

La playa

Los acantilados de roca negra devolvían el débil eco de las olas rompiendo contra el acantilado. Agosto estaba tocando a su fin, y la noche nos envolvía, tibia, bajo un cielo perlado de estrellas. La pequeña cala estaba desierta, y nuestro bote permanecía anclado unos metros más allá, mecido lánguidamente por una mar quieta y serena. Las olas que morían en la orilla venían a lamer dulcemente nuestros cuerpos desnudos, del mismo modo que nosotros veníamos haciendo desde la media noche. Mis labios habían recorrido cada rincón de su piel suave y tersa. Cada curva, cada pliegue, cada recoveco, lo había explorado con mi lengua húmeda, arrancando quedos murmullos de excitación y placer. Su respiración se había agitado y nuestros cuerpos comenzaban a sudar en medio de aquella tibia brisa estival que a nuestros excitados sentidos les parecía más bien un siroco abrasador. Pronto la arena comenzó a resultar una molesta compañera en nuestros juegos.

- Vayamos al agua – dije mientras me incorporaba levemente y dejaba de lamer por un instante sus pezones.

Giselle me miró un instante, mordiéndose el labio y deseando que los míos volviesen a su pecho. Tras un instante de duda, asintió, y unos mechones rizados de cabello castaño ocultaron por un segundo aquella mirada arrebatadora cargada de pasión. De deseo. Sonrió de una forma encantadora y se dirigió corriendo hacia el agua. La vi internándose, desnuda, entre las aguas, disfrutando de cada curva de su hermoso cuerpo, del movimiento de sus nalgas, del recorte de su figura contra la noche estrellada. Era tan hermosa.
Me levanté corriendo y la seguí. El agua estaba fría, más aún si cabe debido al contraste con nuestra piel enfebrecida. Ella aún tenía medio cuerpo fuera del agua. Sus pezones, duros y enhiestos, acusaban el frío. Me acerqué a ella, mientras notaba como mi pene parecía a punto de reventar. Lo sentía pulsante, bajo el agua fría, buscando el calor de ella. Giselle pareció leer mi mirada, se mordió los labios y, muy lentamente, se fue acercando hacia mí, mientras sus manos acariciaban sus pechos, estrujándolos, jugueteando con sus pezones. Excitándome. Su piel brillaba, salpicada de minúsculas gotas brillantes. Le agarré del cuello, bajo la nuca y la atraje hasta mí con fuerza. Nos besamos con ansia, a punto de devorarnos. Nuestras lenguas se enredaban y sus piernas ya estaban alrededor de cintura.

- Hmmm… Tristán… - gimió ella.

Agarré sus nalgas con ambas manos y la elevé un poco. Mis dedos se fueron deslizando hasta la entrada de su vagina. Cuando uno de ellos se introdujo entre sus labios, pude sentir como su cuerpo se estremecía ante el contacto del agua fría, y cómo ella se dejaba caer lentamente, para sentir como mis dedos iban penetrándola poco a poco. Así la estuve masturbando, mientras ella se echaba hacia atrás, mostrándome esos pechos turgentes, suaves, calientes. Mordisqueé sus pezones, y supe que no podría aguantar mucho más. Con un suave movimiento, saqué mis dedos y la icé un poco, lo suficiente como para colocarla justo encima de mi palpitante miembro. No hubo impedimento alguno mientras mi falo iba deslizándose en su interior. Ella se agarraba fuertemente a mí, gimiendo, mordiendo mi cuello. Sus rizos húmedos acariciaban mi piel mientras sus uñas la arañaban. Yo movía mis caderas al mismo ritmo que las suyas. Apreté su hermoso culo, empujando más fuerte al mismo tiempo. Podías sentir como el clímax se acercaba.

Ella gemía. Más fuerte. Cada vez más fuerte. Más fuerte. Yo sentí como mi semen se derramaba caliente en su interior, al mismo tiempo que ella se echaba hacia atrás, casi gritando de placer en medio de aquella quietud estival, mientras sus uñas dejaban rojizas marcas en mi espalda. Poco a poco fuimos recuperando la respiración, mientras nos dejábamos acunar por las aguas. Nos dimos un último beso. Tranquilo. Sosegado. Y poco después nadamos ya hacia la barca, donde dormimos desnudos y abrazados, hasta que nos sorprendió el día.